lunes, 30 de agosto de 2010



Cuando nuestros planes se

convierten en cenizas


INTRODUCCIÓN:

La voluntad de Dios siempre es lo
mejor para nosotros.

La obediencia es la única forma de encontrar gozo
duradero y contentamiento. Tristemente, a veces
dudamos que lo que Dios nos propone sea lo
mejor para nosotros. Abandonamos, entonces,
la senda estrecha y vamos tras nuestros propios
deseos rechazando los preceptos bíblicos e
ignorando las indicaciones del Espíritu Santo.
Y quizá eso nos satisfaga por algún tiempo, pero
en última instancia rebelarnos contra el Padre
siempre nos lleva al fracaso.

Es preciso recordar que todo lo que
adquirimos fuera de la voluntad de Dios
termina convirtiéndose en cenizas. Y la
parábola del Hijo Pródigo ilustra esa verdad.
Este joven pidió su herencia por adelantado y
la utilizó para satisfacer sus deseos egoístas.
Pero cuando se le terminó el dinero vio que su
situación era peor que la de los jornaleros que
trabajaban para su padre y entonces su rebeldía
se tornó en pobreza espiritual, relacional y
física.

DESARROLLO DEL TEMA:

Dios nos permite adquirir cosas que
están fuera de su voluntad.
En la parábola, el padre permitió que su hijo
saliera del hogar llevando consigo la herencia. Es
evidente que ese joven por largo tiempo estuvo
haciendo planes de ir a un lugar lejano y tener
libertad para vivir a su antojo. Aunque es seguro
que su padre no lo ignoraba, no le impidió salir y
cumplir sus deseos.



De la misma manera, nuestro Padre celestial
nos da libertad para tomar decisiones sabias o
equivocadas, pues no nos creó robots para
obedecer sus órdenes automáticamente.
Por eso permitió que en el Edén Adán y Eva
desobedecieran sus instrucciones. Puesto que
nosotros tenemos la misma opción, nuestra
obediencia es evidencia de nuestro amor a Dios
y deseo de someternos a su voluntad.
Dios nos permite disfrutar de los
placeres del pecado por un tiempo.


¿Por qué es placentero rebelarse contra el Señor?

Porque cumple un deseo por un tiempo corto y
el hecho de ser algo prohibido lo hace más
atractivo. Además, el pecado suele producirnos
satisfacción inmediata; por eso el hijo pródigo
quiso recibir su herencia por adelantado. En
cierto sentido, la desobediencia es placentera,
aunque sea por breves momentos. El hijo pródigo
fue lejos para escapar de las restricciones de su
padre, porque iba en busca de los placeres y
pasiones sin importarle el costo (Lc 15.15, 30).
Pero aunque salió con mucho, terminó perdiendo
todo: sus amigos, su fortuna y su dignidad.


¿Por qué desobedecemos la voluntad de Dios?


Una razón es que el pecado nos hace enfocarnos
en nuestros deseos o en los problemas inmediatos,
pues Satanás limita nuestra visión a lo que más
nos atrae. Hebreos 11.25 habla de “los deleites
temporales de pecado” que nos llevan a
olvidarnos de las bendiciones de las que
disfrutamos como hijos de Dios, sin tomar en
cuenta las consecuencias de nuestra
desobediencia.



Otra es que a toda costa deseamos ir a la
provincia apartada que es cualquier lugar o
momento en el que andemos fuera de la
voluntad de Dios, sin pensar que, aunque parezca
algo fabuloso, tarde o temprano se convertirá en
cenizas. Pero no olvidemos que el Señor ha dicho
que “el alma que pecare, esa morirá” (Ez 18.4) y
que “la paga del pecado es muerte” (Ro 6.23). O
sea, que si nos empeñamos en seguir fuera de la
voluntad de Dios, todo se convertirá en cenizas y
nosotros quedaremos en bancarrota total.
El remedio y la respuesta de Dios.

El hijo pródigo había fracasado. No obstante, el
Señor dijo algo inesperado:mientras atendía a los
cerdos, el joven volvió en sí (v.17). Inmediatamente
decidió regresar a casa de su padre, confesarle
su pecado y pedir trabajo como uno de los
jornaleros. Es decir, el hijo había salido de su
hogar, pero jamás dejó de ser parte de la familia.
Cristo relató esa parábola para declarar a los
fariseos que lo criticaban por asociarse con
publicanos y pecadores, que el Padre celestial, a
semejanza del padre del pródigo, está presto a
recibir al hijo arrepentido. Además, no se limitó a
perdonarlo sino que se deleitó en restaurarle
todos los beneficios de hijo suyo y dio órdenes
para celebrar su regreso al hogar. Cierto, no
podía borrar totalmente su pasado ni recuperar
todo lo perdido.

Es decir, Dios no está obligado a
evitar las consecuencias naturales de nuestras
decisiones erróneas ni otros efectos adversos,
productos de nuestra imprudencia y obstinación.
Sin embargo, nosotros no tendremos que pagar
el precio eterno de nuestro pecado porque
Cristo ya canceló totalmente esa deuda.


Usted y yo podemos confiar en que, aunque
estemos entre las cenizas de nuestras decisiones
ajenas a los planes de Dios, debemos volver en sí,
reconocer y confesar nuestro pecado, sabiendo
que Él lo perdonará (1 Jn 1.9), y que de ahí en
adelante será mejor seguir sumisos a la voluntad
de Dios, disfrutando de su amor y obedientes a Él
en todo. Al mismo tiempo, que todos los que
todavía no han creído en Cristo como su salvador,
deben implorar el perdón por su rebeldía contra
Dios y aceptar la salvación que Cristo les ofrece
gratuitamente. Entonces el Espíritu Santo los
sellará por toda la eternidad como hijos de Dios y
los “guiará por sendas de justicia por amor de su
nombre”(Sal 23.3). Además, todos debemos pedir
que nos perdone de toda transgresión pasada,
presente y futura, y gozarnos porque en Él
encontramos perdón, aceptación y regocijo por
regresar a la familia de los redimidos por la sangre
de su Hijo.




CONCLUSIÓN:

¿Su vida ha sido reducida a un puñado de
cenizas?

Quizá la devastación sea obvia para

todos o que el fuego del pecado haya consumido
todo su interior dejando profundas huellas
internas. Pero nuestro Padre celestial puede
restaurarle aunque la destrucción haya sido
casi total. Vuelva en sí, admita que se ha alejado
de su voluntad y abandone su rebeldía. Permita
que Él le demuestre su misericordia infinita de
manera personal, que le acoja amorosamente en
su seno paternal y le sustente con su presencia
y la diestra de su justicia (Is 41.10) para hacer
frente a cualquier amenaza del enemigo de
nuestras almas.

Amigo, a los pies del trono de Dios le espera
el perdón, la aceptación, la restauración y el
regocijo. Regrese a Dios y permítale hacer una
obra hermosa de las cenizas de su vida.

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