martes, 4 de diciembre de 2012

¿Odia la Navidad?







Un hombre parcialmente paralizado estaba teniendo problemas para desplazarse por el pasillo de la tienda abarrotada de compradores navideños. Mientras pasaba frente a mí, el bullicioso gentío nos empujó el uno hacia el otro, y entonces lo escuche susurrar tímidamente: “Feliz Navidad”. Su cuerpo estaba enfermo, pero él irradiaba paz.

Eso me hizo recordar que la Navidad es la paz de Dios que viene a habitar en medio de nuestras circunstancias. Después de todo, la primera Navidad no parecía perfecta. Ninguna mujer quiere dar a luz rodeada de animales y cabalgar sobre un asno durante el noveno mes de embarazo. Sin embargo, cada detalle, cada inconveniente y cada humillación, eran parte del misterioso plan de Dios.

Podemos quedar atrapados por el mito de la celebración perfecta cuando ella refleja nuestros propios deseos. Pero la Navidad se trata del regalo de Dios para nosotros: la paz en un mundo caído y el llamado a confiar en su plan.

La Navidad llega, estemos listos o no para recibirla. Las bendiciones de Dios no están cautivas por agendas apretadas. La paz no es una recompensa para aquellos que terminan de hacer todo el 24 de diciembre. Ella simplemente nos llena el corazón cualesquiera que sean nuestras circunstancias. De manera muy parecida, Cristo no necesitó que termináramos de hacer nuestro trabajo antes de que Él pudiera salvarnos. La salvación de Dios siempre nos ha encontrado en las circunstancias y realidades más insólitas —incluso de rodillas junto a un pesebre.

En verdad ese era un lugar insólito, especialmente para una madre primeriza. Pienso que si José lo hubiera planeado mejor, podrían haber llegado a Belén antes. Podrían haber conseguido una habitación. María habría estado más cómoda.

Pero en ese establo, Dios celebró el nacimiento de su Hijo y la culminación de siglos de espera y preparativos. Si alguien tenía derecho a exigir que todo fuera perfecto en ese día, ese era Dios. Quizás el Padre celestial quería privacidad —un ambiente íntimo y tranquilo para el nacimiento de su Hijo. Después de todo, si María hubiera conseguido una habitación en la posada, habría estado rodeada de gente, y no hay nada más perturbador que un extraño que quiere ser servicial. Pero Dios nos dio a Jesús en sus términos y a su manera. Si esa primera mañana de Navidad parecía menos que ideal, era porque se trataba de algo totalmente distinto, era divina.




Puede ser que usted no pase la mañana de Navidad en un establo. Puede ser que consiga una habitación en la posada. Puede ser, incluso, que termine de hacer sus compras, preparar la comida y decorar el árbol. Pero si se le cansa el cuerpo, si su camino se le vuelve difícil y si nada le sale conforme a lo planeado, recuerde que usted puede abrazar la Navidad tal y como se encuentre. Rechace las falsas promesas de perfección. Usted no tiene que esperar por la paz, porque la paz no esperó por usted. Ella está aquí y ahora mismo.

Y piénselo bien, usted no odia la navidad, odia los malos recuerdos que pueda tener de ella, sea por que un ser querido nunca estuvo o ya no esta con usted, por que no llegaron los regalos que usted pidió, o por que nunca pudo tener la navidad que deseaba en su corazón, solo deje su pasado atrás y viva la Navidad sabiendo que es una fecha en la que nos recuerda que Dios nos Ama y nos ha enviado a su hijo para que creamos en El y vivamos en Paz.


martes, 27 de noviembre de 2012

Cómo vencer el desánimo




Leer | SALMO 42.5-11

Siempre que se sienta decaído, lo mejor que puede hacer es ir al libro de Salmos. En el pasaje de hoy, el escritor pregunta: “¿Por qué te abates, oh alma mía? (v. 5). Sorprendentemente, esta pregunta es el primer paso para vencer el desánimo.

Mire hacia adentro. Antes de enfrentar el desaliento, necesita saber qué lo está causando. Si no está seguro, pídale al Señor que le ayude a entender qué está pasando dentro de usted.

Mire hacia arriba. El paso siguiente es levantar sus ojos al Señor y poner su esperanza en Él. Recuerde que el desánimo es común para todos, en algún momento, pero no tiene que alojarse en nosotros. Después de un tiempo, volverá a alabar a Dios por la ayuda de su presencia (v. 5).

Mire hacia atrás. El desaliento es capaz de borrar de nuestra memoria todo lo bueno que el Señor ha sido con nosotros a lo largo de los años. Por eso, en vez de regodearnos en nuestro malestar presente, debemos hacer el esfuerzo de recordar el cuidado y la provisión de Dios en el pasado. Entonces, nuestra fe vencerá al desánimo (v. 6).

Mire hacia adelante. Los planes de Dios son buenos y podemos aguardar con esperanza lo que Él va a hacer en el futuro. Su misericordia nos ayudará en el día y traerá consuelo en la noche. Confíe en que Él hará que todo obre para nuestro bien (v. 8).

Si su enfoque es correcto, usted responderá bien al desánimo. Las circunstancias pueden hacerle pensar que Él se ha olvidado de usted (v. 9), pero su Palabra promete que Él le ayudará y vendrá en su auxilio en el valle del desánimo. Aunque se sienta solo, usted jamás está solo.


sábado, 17 de noviembre de 2012

Las consecuencias de no perdonar




Leer | MATEO 18.21, 22


Una de las cosas más peligrosas que una persona puede hacer, es guardar resentimientos. Aferrarse a la falta de perdón tiene consecuencias graves y, con frecuencia, no previstas.

Aunque el resentimiento echa raíces en la mente, no se queda allí. La amargura tiene el poder de extenderse a todos los aspectos de la vida de una persona. Por ejemplo, la hostilidad que un hombre siente hacia su padre, puede afectar negativamente su relación con su esposa, su disposición de desempeñar bien su trabajo, y hasta las actividades de la iglesia.

Es probable que no sea una sorpresa oír que el resentimiento tiene repercusión en la mente y el espíritu, pero puede ser que usted no se haya percatado del daño físico que produce. Una actitud de amargura aumenta la tensión y la ansiedad, y puede afectar desde los músculos hasta el equilibrio químico del cerebro.

La falta de perdón es una violación de la ley de Dios; turba el espíritu y estorba el crecimiento del creyente. La oración se ahoga por el pecado que debe ser confesado. Y la adoración se vuelve seca e hipócrita, porque es difícil honrar al Señor cuando se intenta justificar u ocultar una actitud pecaminosa. Además, el testimonio cristiano de alguien resulta dañado, y eso impide que los demás vean la gloria de Dios brillando a través de esa persona.

Perdonar a alguien significa renunciar al resentimiento y al derecho de desquitarse, aunque usted haya sido agraviado. Dios insiste en que ésta es la única manera adecuada de vivir. Dios nos pide renunciar a la hostilidad y la venganza, porque estas cosas hacen estragos en nuestra vida.